Me llamo
Hernán y esta es mi historia:
Nací un 19
de septiembre de 1991, según una publicidad de salchichas, en la fecha en la
que más personas cumplen años.
Llegué a
una familia ejemplar, de padres laburantes, hermanos perfectos, etc. Mis papás ya
tenían un nene y una nena, y no
esperaban mi arribo, pero aún así me
amaron desde que se enteraron. (Supongo
que alguna antigua empresa de forros se comió una puteada igual)
La
primaria, que en esos tiempos duraba nueve años (VIEJO), la realicé en el colegio 9
de Ituzaingó, uno de esos lugares donde podías encontrarte a muchachos yendo a
cursar el séptimo grado con sus hijos prácticamente. Para muchos una escuela jodida,
para mí, un recuerdo hermoso.
Conocí
mucha gente, buena y mala y viví grandes historias que me fueron formando y
ayudado a crecer.
Desde chico
me gustó escribir y una maestra de sexto grado me motivó a asistir a un taller
literario. No estuve demasiado tiempo pero participé de un concurso importante, en
el cual saqué el segundo lugar, entre una gran cantidad de participantes. Pero
durante el comienzo de la adolescencia abandoné la escritura por un largo
período.
En mi
último año de primaria me tocó padecer la muerte de mi querido abuelo. Un tipo increíble,
de esos que te dejan una enseñanza todos los días.
Siempre
sentí que estaba en deuda con él, por no estar presente el día en que se podría
decir que a su manera se despidió de todos. Tiempo después encontré la forma de
honrarle.
Mi primera
experiencia en la secundaria la viví en un colegio que era la antítesis del
anterior: Los Santos Ángeles Custodios. Llegué creyendo que encontraría mi
lugar en el mundo y me di cuenta rápido que yo no pertenecía allí. No me da
culpa ni vergüenza decirlo, estaba lleno
de gente de mierda. Aguanté solo un año y me fui.
Ese verano
tuve la oportunidad de conocer un grupo de personas extraordinarias, que
marcaron un antes y un después en mi vida. “Los Pibes de la Tango” se hacían
llamar. Estaban locos, pero eran los mejores locos del mundo. La plaza de
Ituzaingó, más precisamente la esquina del tango (de ahí el nombre) era nuestro
lugar de reunión. Cada momento con ellos era una aventura, un día podías estar cantándole
EL OSO a gente desconocida a cambio de unas monedas para la coca y al otro
podías transformarte en blanco fácil de rochos locales tribuneros del “Verde”
que querían hacerte mierda.
En esa
plaza me divertí, me reí, lloré, incluso me enamoré, sufrí y también fui feliz. Pero como todo, se fue perdiendo con el tiempo.
Fue cuando dejé de creer en eso de los “amigos para toda la vida”
Mis últimos
años de secundaria los pasé en el Avellaneda, de Padua. Llegué esperando
encontrarme con algo parecido a mi colegio anterior, es decir, gente de mierda.
Pero me llevé una grata sorpresa al conocer a personas muy buenas.
Además, en
esos tiempos, empecé a honrar a mi abuelo de la mejor forma posible: Él siempre
había sido hincha de Boca (como yo) pero a su vez sentía un fuerte aprecio hacia
el Club Atlético All Boys, club de su barrio natal, Floresta. Le prometí que iba a seguir a este equipo a donde
pudiera, y que siempre iba a estar, en las buenas y en las malas, y hasta hoy
lo vengo cumpliendo. Nunca me arrepentí de esto, porque bastó con un solo
partido para sentir amor por esos colores. Y nunca me molestó la típica
pregunta de “¿sos de Padua y sos hincha de All Boys?” Al contrario, me genera
orgullo contar por qué elegí al Blanco y Negro.
Estuve cuando
nos tocó festejar, estuve cuando nos tocó llorar, estuve cuando hubo que
esquivar piedras en las rutas, cuando las balas de goma llovían de ambos
costados, y cuando hubo que viajar más de diez horas para alentarlo, y seguiré
estando en todo momento como prometí.
Me volví a
enamorar, me puse de novio tiempo antes de terminar el colegio, estudié periodismo
deportivo y me recibí.
Pasé
por algunos medios, entre ellos el
Diario Clarín, y por otros trabajos que poco tenían que ver conmigo.
Hace un año
empecé este blog y con el correr de los días lo fui tomando como una forma de
expresar algunas cosas de la vida que me rompen las bolas.
Hoy,
atravieso nuevamente un momento doloroso, al separarme de la persona que amo y con
la que viví los mejores momentos, pero a la vez sigo de pie. Tengo muchas
esperanzas en cuanto a mi carrera y creo que todavía me queda mucho para dar.
No quiero
dejar de escribir, porque siento que es lo que mejor se hacer, a pesar de que
este blog no lo refleje en lo más mínimo (Puedo hacerlo mejor, lo juro) y tengo
la fe de que las letras algún día me den de comer.
Un gran
amigo me dijo que absolutamente todo, lo bueno y lo malo, a la larga termina
siendo experiencia, y es verdad. No voy a parar ahora…
Gracias por
leerme.
Hernán Colman